MARILENA CONTI
Alumna d'espanyol per a estrangers
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AMAR EL ARTE, ¿POR QUÉ?
“Hay un instante mágico para el espectador de una obra de teatro: cuando por fin entra en ella. Puede suceder mientras lee la obra o en el teatro, frente al escenario”.
Algunas personas tienen amor por el arte porque crecieron en una familia de artistas, otras no se sabe bien por qué tienen semilla de artista en su propio ser. Yo empecé de niña a pensar que me gustaría ser bailarina o, en cualquier caso, pisar el suelo de madera de un escenario. De verdad, el arte, la palabra y el teatro han entrado en mí de una manera muy diferente.
Dos cosas subieron a mi corazón: la primera fue que yo sola, de toda la familia, comprendía y compartía el trabajo de mi padre, que no se reducía a ganar dinero. Y ese hilo que en el silencio nos unía se hacía más fuerte y, al mismo tiempo, mi pasión crecía. La segunda fue que sin saberlo, el pasear por ese lugar extraño, respirar el polvo, escuchar el sonido del suelo de madera, de las cadenas y cuerdas que subían y bajaban, mirar a los artistas que abrían sus corazones a mil emociones, todo eso era como recibir una herencia para toda mi vida.
Así fue como el alma y el arte empezaron a compartir mi vida, y los sueños llegaron a cubrir una realidad que no siempre podré agradecer porque, de verdad, es así: se hace arte para hablar con amigos imaginarios o para expresar una parte muy escondida de nosotros, se hace arte para hablar a los que no tienen sueños y se sientan en los patios de butacas para dejar pasar un tiempo en ellos -lo que sucede es que no puedes estar sentado en una silla y no venir tocado de ese aliento-, se hace arte para encontrarte a ti mismo en otra persona, un trocito de ti mismo.
Voy a vivir en un personaje -lo que prefiero de aquella obra-, y no será el personaje quien se quede en mi alma, no. Será lo contrario, yo me voy a vivir en él con mi carácter, mis temores y mis sonrisas, y el milagro de esto es que va a nacer una persona nueva cada vez, todas la noches, todas la pruebas, todas la réplicas. Esto es lo que le pasa a un artista: renacer.
Yo tenía 18 años y me iba sola a lugares para mí mágicos como: los teatros, los cines o las salas de música. Iba sola porque normalmente los chicos de 18 años se iban a buscar chicas a la discoteca y no perdían el tiempo esperando encontrar la locura de Carmelo Bene, las oscuridades de Vittorio Gassman, las contradicciones de Eduardo de Filippo o el ruidoso ladrar del alma de Lavia, con todo el vecindario desesperado y vivo. Momentos de paz y de violencia verbal que se alternaban en el escenario y yo como una esponja, absorbiendo, elaborando y engullendo todas las palabras o imágenes que chocaban contra mi corazón.
Al final de todo, amo el polvo, el olor y el sonido vacío, el grito, la risa, el llanto; amo todos los lugares mágicos que un artista tiene por dentro y me encanta que en tan poco espacio se puedan desarrollar mil emociones humanas. Me gusta pensar que soy como Winnie, de Días felices de Becket, prisonera de un gran amor que quiero expresar de mil maneras diferentes, una prisión que llena el ruido vacío. Y si quieres, podemos compartirlo y vivirlo juntos, en plena libertad porque todo esto sirve para dar y no para quitar, para sanar y no para abrir heridas, porque solo sé una cosa: que nunca un acto artístico va a hacer daño. Los artistas tienen una herramienta en sus manos que puede ser peligrosa, nunca debe ser un cuchillo y siempre debe ser una palabra que sana aunque sea una verdad real y muy dura. |
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